¿La medicina cura?

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¿La medicina cura?

Las noticias que tuvimos en nuestra infancia es que las medicinas curan: “tómate el jarabe, abre la boca, tómate la pastilla para que te cures, ¿quieres seguir enfermo?, entre más rápido te la tomes más rápido te vas a curar” Sin embargo, las medicinas no curan, pensar que las medicinas curan es un recuerdo de la infancia, es un mal entendido.

En realidad las medicinas curan sí y sólo sí están bien prescritas; las medicinas no son agentes buenos que nos vayan a ayudar por sí mismos; si existe un buen diagnóstico y una buena prescripción, las medicinas nos ayudan a curarnos, pero de ahí a ver la medicina como agente de salud hay un mundo de diferencia. Por lo demás, toda medicina va seguida de una reacción contraria a lo que conocemos como salud; esto es, toda medicina tiene un grado de toxicidad, aunque sea mínimo. Las medicinas son drogas, y, como tales, tienen reacciones delicadas. Digámoslo de esta manera, la ayuda de las sustancias químicas que abonan a sentirse mejor, cobran siempre alguna factura. Suprimir síntomas equivale a diferirlos; sentirse bien hoy no es necesariamente un buen resultado en lo que a la enfermedad se refiere, es muy probable que los padecimientos suprimidos regresen después con mayor fuerza.

Entonces ¿las medicinas enferman? Sí, es más fácil que una medicina enferme a que una medicina cure; si nos atenemos al principio de que los médicos son seres humanos susceptibles de equivocarse y que todas las medicinas causan algún efecto -por mínimo que éste sea- adverso para la salud, es más preciso decir que las medicinas enferman a decir que las medicinas curan. Sin embargo, la cantidad de productos farmacéuticos es cada vez mayor, la prisa por vender, los diagnósticos apresurados, el miedo a la enfermedad y el mal entendido infantil de que las medicinas curan, nos lleva a consumos químicos cotidianos de proporciones injustificables.
Por todo esto, es indispensable llevar una vida sana. Entre mayor salud real del organismo, menos necesidad de acudir a la industria farmaceútica. Por supuesto que existen una diversidad de propuestas médicas además de la medicina alopática, cuya legitimidad y siglos de existencia contrasta muchas veces con su reputación; hay propuestas médicas milenarias como la acupuntura y centenarias como la homeopatía que, contrario a la legitimidad que les podría dar su antigüedad, pasan como ocurrencias de grupos perdidos de charlatanes irresponsables. No nos queremos detener mucho en este fenómeno tan particular, pero, lo que resulta innegable, por lo demás, es que en torno a cualquier opción de salud, lo mejor es procurarla. Más que defender una buena manera de curarse, habría que ver cuáles son las mejores maneras para no enfermarse.

En este enfoque es en el que se encuentra el movimiento orgánico como posibilidad de alimentación sana en pleno entorno urbano y en pleno siglo XXI. Si bien no podemos elegir el aire que respiramos, más que al mudarse a un entorno más limpio, sí podemos decidir, cada día, qué alimento consumimos. No podemos trasladarnos al campo todos los días para respirar, pero sí podemos comer alimentos del campo todos los días en la ciudad. Pero ¿qué campo? Actualmente la agroindustria ha imperado al grado de que cualquier fruta o verdura tiene residuos de fertilizantes químicos, pesticidas y herbicidas. La oportunidad que nos dan los alimentos orgánicos es la de transportarnos al campo de hace un siglo, antes de la proliferación de sustancias de síntesis química; podemos comer 100% natural, abonando a una buena salud que evite enfermedades y por lo tanto medicinas, siempre y cuando busquemos alimentos orgánicos o con los mayores ingredientes orgánicos posibles.

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